Derrida y la defensa de la
solidaridad de los vivos*
Evando Nascimento**
En
1967, es decir, hace exactamente 50 años, el pensador franco-argelino Jacques
Derrida (1930-2004) publicó de manera simultánea tres libros que marcarían la
llamada cultura occidental, y que tendrían una repercusión en todo el
mundo: La escritura y la diferencia, De la gramatología
y La voz y el fenómeno. Hasta entonces, Derrida era conocido en el
medio intelectual francés como un brillante especialista en la obra de Edmund
Husserl. Algunos de sus ensayos ya habían aparecido en revistas de filosofía y
de literatura. En 1962, publicó una elogiada traducción de El origen de
la geometría, de Husserl, con una introducción más extensa que el propio
texto del fenomenólogo alemán.
La
obra de Derrida comenzó, por tanto, de la mano de la actividad traductora, y
llegó a ser uno de los grandes pensadores de la traducción, como Walter
Benjamin, Paul Ricoeur, Antoine Berman, entre otros. En 1966 participó –junto a
Tzvetan Todorov, Jacques Lacan y Roland
Barthes, por mencionar algunas figuras– de un célebre coloquio en la
Universidad de Johns Hopkins, cuya finalidad no era otra que explicar al
público estadounidense en qué consistía el movimiento estructuralista. Solo que
la conferencia de Derrida sobre Claude Lévi-Strauss, publicada luego en La
escritura y la diferencia, hizo época justamente por proponer una deconstrucción
radical del estructuralismo, entonces en su apogeo.
A
medida que sus libros eran leídos, la deconstrucción se fue imponiendo como
signo general de la obra en curso, aunque Derrida aún la empleaba con cierta
restricción. En una carta a su traductor japonés, Toshihiko Izutsu, en la que
intenta explicar las varias significaciones, subraya que no es una “buena
palabra”, ni es sobre todo bella. Además, en otros momentos, enfatizará el
plural, a fin de evitar el esencialismo del sustantivo en lo singular. Según
él, las deconstrucciones son un proceso que existen desde siempre y que se
refieren a cambios radicales en el plano de las civilizaciones.
En
la primera entrevista que me concedió para la Folha de São Paulo, en 2001, titulada “La solidaridad de los
vivos”, señala que se trata de un proceso inmemorial, sin edad (sans âge), y que acontece en el mundo.
En ese sentido, su obra correspondería a una formalización de los movimientos
deconstructores que lo precedieron y que lo continuarán después de su muerte. Ejemplo
de deconstrucción sería la reconfiguración del concepto de Estado-nación, el
cual en realidad tiene una historia muy reciente, de poco más de dos siglos.
Otro ejemplo sería la deconstrucción del humanismo tradicional, en pro de la
ampliación de los derechos humanos, en la perspectiva del derecho a la vida en
general, que se refiere también a animales y plantas.
La
banalización actual del verbo deconstruir,
que aparece con frecuencia en el vocabulario deportivo y político de los
medios, no perjudica su relevancia. Es importante recordar que términos
psicoanalíticos como inconsciente y represión migraron al lenguaje cotidiano,
sin perder el rigor científico. Lo mismo sucedió con esencia e ideal, de origen
filosófico. El éxito de la palabra sólo atestigua el efecto que el pensamiento de
Derrida tuvo en las más diversas áreas del conocimiento, ayudando a sacudir sus
fronteras tradicionales, motivo por el cual es leído en departamentos de
filosofía, literatura, artes, derecho, arquitectura y educación.
No
habría, por lo tanto, una “edad o era de la deconstrucción”. Pero, sin duda,
los años 60 representaron el momento de máxima irrupción y de sistematización
de un pensamiento deconstructor, que no se restringe, por cierto, a los textos
de Derrida, sino que abarca los de Foucault, Lyotard, Barthes y Deleuze, entre
otros. Y a ello habría que añadir también las luchas por los derechos civiles,
en defensa de grupos subalternizados por el falocentrismo tradicional: en
particular, reivindicaciones étnicas (negros, indios, inmigrantes de diversos
orígenes) y de género (feminismo, homosexualidad y, más recientemente,
transexualidad).
Mi
relación con el pensamiento de Derrida comienza en los años 80, cuando leí
algunos de sus textos en la maestría de literatura de la Pontificia Universidad
Católica de Río de Janeiro. Y se intensificará vertiginosamente en 1991, año en
que me inscribo en los seminarios de la Escuela de Estudios Superiores en
Ciencias Sociales y sigo sus clases. En aquel año, Derrida comenzaba la gran
rúbrica de las “cuestiones de responsabilidad”, que corresponderán a la parte
final de su trabajo filosófico y docente. El primer asunto abordado fue el secreto,
y en los años siguientes vendrían el testimonio, la hospitalidad, el perjurio y
el perdón, la pena de muerte y los animales.
El
abordaje de estas cuestiones éticas y políticas hizo que algunos lectores,
sobre todo en Estados Unidos, hablaran de un political turn o ethical turn
en la obra de Derrida. Sin embargo, no hubo ningún “giro”, pues esa temática ya
concurría, con otra modulación, en textos anteriores, como La farmacia de Platón y De la
gramatología. Lo que ocurre es que le da un énfasis mayor a determinados
aspectos ético-políticos, en el contexto de la caída del muro de Berlín y del
advenimiento de lo que en la época se llamó “nuevo orden mundial”, el cual
abrió el camino hacia el llamado proceso de globalización y el consecuente
neoliberalismo económico. Espectros de
Marx, publicado en 1993, fue una respuesta contra los movimientos
neoconservadores de aquellos años. Si el Marx de los regímenes comunistas
estaba con el plazo de validez vencido, había otros Marx que era preciso
reafirmar, como posibilidad de una política de izquierda democrática.
Brasil
estuvo entre los primeros países en traducir a Derrida. Por sugerencia de
Haroldo de Campos, salió en 1971 la traducción de La escritura y la diferencia, realizada por Maria Beatriz Nizza da
Silva, desgraciadamente con algunos problemas, apenas corregidos en las últimas
ediciones. En 1973, aparece la traducción de De la gramatología, realizada por Renato Janine Ribeiro y Miriam
Schneiderman. La traducción estadounidense de este último libro, por Gayatri
Spivak, sólo será publicada tres años después de la brasileña. Por otra parte,
en 1976, Silviano Santiago publicó su pionero Glosario de Derrida, que coordinó con alumnos de postgrado de la
PUC-Río y que ha sido recientemente traducido al español por raúl rodríguez
freire.
Las
obras ensayistas y literarias de Haroldo y de Silviano estarán marcadas por el
pensamiento de Derrida. En 1983, Haroldo publica El secuestro del barroco, libro en el que propone una lectura
deconstructora del concepto de “formación”, central en la obra magna de Antonio
Candido, Formación de la literatura
brasileña. Silviano, por su parte, es el autor del célebre ensayo “El
entre-lugar del discurso latinoamericano”, de 1971, texto en el que propone
repensar el concepto tradicional de escritor latino-americano. Y el año pasado,
Silviano recurre una vez más a Derrida en Genealogía
de la ferocidad para releer a contrapelo el ensayo de Antonio Candido “El
sertón es el mundo” (retitulado después como “El hombre de los reveses”), dedicado
a Gran sertón: veredas, de Guimarães
Rosa.
El
legado de Derrida es inmenso y promete desdoblarse en los siglos venideros.
Desde el principio, estableció un diálogo con la literatura. De ahí que haya
inventado y desarrollado en mi tesis de doctorado la categoría “una literatura
pensante”, con el fin de abordar las relaciones entre literatura y filosofía.
De manera sintética, la literatura propondría un tipo de pensamiento, distinto
del filosófico. Aunque no hay literatura “en sí”, sino textos que tienen características
no exhaustivas del llamado discurso literario, se encuentran, en algunas
ficciones y poemas, temas poco o mal tratados por la tradición filosófica. El
mejor ejemplo de ello es la cuestión de la animalidad, que sólo en el siglo XXI
alcanzó plena relevancia filosófica, y no por casualidad fue el tema de los
últimos seminarios de Derrida. Una escritura como la de Clarice Lispector es
pensante justamente por ficcionalizar con gran sensibilidad ética hacia los
animales. No hay, en la ficción clariciana, una oposición simple entre el
hombre, por un lado, y los animales, por otro. Se trata de pensar también la
animalidad de los humanos y la “racionalidad” animal, con toda su lógica vital.
Perros, monos, pollos y conejos, entre otros bichos, pueblan ese imaginario
abierto a la alteridad.
Bajo
esta perspectiva, la obra de Derrida también deconstruye la crítica propuesta por la tradición, y en
particular la desplegada por Immanuel Kant. En diversos textos, no descalifica
la crítica filosófica o literaria, sino que afirma la necesidad de
redimensionarla más allá de la reflexión racionalista. Y uno de los aspectos
que importa dislocar definitivamente es la cuestión de la duda (tal como fue desarrollada metodológicamente por Descartes) y
del juicio o juicio kantiano. Derrida propone entonces lo que se llamaría
irónicamente una crítica “sin juicio” (se percibe la ambigüedad intencional de
la expresión), es decir, una crítica no basada en una pura racionalidad, ni
pauteada por el imperativo del juicio. Por lo tanto, es necesario reconsiderar
la noción de valor y de evaluación, a través de Nietzsche, por
ejemplo, yendo más allá de la crítica judicativa. Esta última informaba lo peor
de la tradición crítica dominante hasta la mitad del siglo XX, antes de la
formalización de las deconstrucciones.
En
un momento en que en Internet proliferan juicios críticos sumarios, nada más
relevante que proponer una “crítica desconstruida”: ya no más moldeada por el
yo consciente, que juzga a todo y a todos a partir del lugar de una soberanía
absoluta, sino a partir de la apertura permanente a los otros y a las otras.
Cuando muchas vidas se vuelven cada vez más precarias, con los nuevos
movimientos mundiales de derecha y ultraderecha, proponer una solidaridad de
los vivos se vuelve indispensable para cohabitar en un planeta extremadamente
violento.
Una
última observación: quien aquí escribe, después de todos estos años de
dedicación, no se considera un “especialista” de Derrida, sino un lector especial y bastante atento a las
estrategias (derrideanas o no) de deconstrucción, en la filosofía, en la
literatura, en las artes, y más allá.
Traducido
por raúl rodríguez freire
* Texto recientemente
publicado en el Suplemento Pernambuco
(Brasil), con motivo de los 50 años de las tres primeras publicaciones de Jacques
Derrida.
** Evando Nascimento es escritor y profesor universitario;
entre sus publicaciones, se encuentran Derrida
e a literatura (que será traducido en breve por raúl rodríguez freire) y Clarice Lispector: uma literatura pensante
(2012).
Estimado Raúl, un saludo cordial desde Caracas. Muy oportuno ("Zeitgemäs") este trabajo sobre la importancia del pensamiento de Derrida y la impronta que ha dejado en Latinoamérica (aunque claro, circunscrita al caso brasileño). Un simple detalle filológico. En una cruzada que he asumido como traductor, propongo que una manera más fiel al español de traducir la palabra "déconstruction" es "desconstrucción", con esa "s" necesaria, a mi juicio, en español (piensa en "défaire", "deshacer"). ¿Te unes a la cruzada?
ResponderEliminarPor cierto, conozco el excelente libro de Nascimento, "Derrida e a literatura" y me parece estupendo que se lo traduzca.
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ResponderEliminarEstimado Luis Miguel, gracias por tu comentario y por unirme a la cruzada. Es portugués se emplea esa "s", en español en algunas traducciones aparece y en otras desaparece. Y dime, estás traduciendo algo en estos momentos? Tu traducción de Benjamin me parece formidable. Saludos desde el sur.
En español el prefijo des y de son equivalentes, el de es solo una variante del primero. Por tanto, esa cruzada no es gramatical sino estética. Asi, como hay más de una lengua, hay distintas posibilidades de escribir deconstrucción. A mi nunca me gusto como suena con s, por tanto, la escribo tachando dicha posibilidad. Cuestión de gusto simplemente
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