Despachos
desde mi torre de marfil: a propósito del reciente nobel de literatura
Hace unos pocos años Silviano Santiago señalaba que
la visibilización de las obras silenciadas por la crítica recurrió a dos
válvulas de escape, a contrapelo del llamado canon occidental y sus defensores.
La primera consistió en abrir el espacio del arte a lo excluido (mujeres,
negros, gays); la segunda permitió la entrada de la cultura popular, “rechazada
por el primado de la tradición letrada”. Y continúa: “Al interior de la crítica
de artes, las dos válvulas repiten el proceso de la división del todo,
rechazando cierta parte que la constituye como tal. Bajo el primado de las
válvulas, la valorización de la parte rechazada opera mediante una inversión.
Lo no canónico expulsa a lo canónico y la cultura [antes] descuidada, al arte
tradicional. En los peores casos, las dos válvulas de escape son sectarias. No
trabajan la diferencia. Eliminan el conflicto mediante una teología al revés”. No
puedo escribir sin música y sin imágenes, pero una metafísica de la (su)
presencia lleva a pensar que la intermedialidad solo puede acontecer cuando se
reúnen literalmente sonido, imagen y escritura, una intermedialidad que vendría
a rechazar la literatura por canónica y elitista, olvidando que la literatura
no la hacen los autores ni sus críticos, sino los lectores. Si leo el Ulises de Joyce y no encuentro en él
imágenes o música, el problema no es de Joyce (hijo de un alcohólico arruinado),
pues ese libro es uno de los más intermediales que puedan encontrarse en el
siglo XX. Pero si lo leemos bajo la etiqueta de “modernismo” no encontraremos
más que un lenguaje supuestamente “autónomo”. No me gusta recurrir a las
biografías, pero vale la pena recordar las condiciones en que escribieron
Cervantes, Shakespeare, Austen, Joyce, Kafka, Lispector, Bolaño, por dar tan
solo unos pocos nombres. Vidas al borde, alejadas, radicalmente alejadas, de la
comodidad que entrega esa ficción llamada “torre de marfil”. “Gran parte” de la
crítica que les impugna su canonicidad vive mucho mejor de lo que ellos
vivieron. Y resalto “gran parte” porque el principal crítico que ha tenido
Inglaterra, Samuel Johnson, no tenía dinero ni para comprar zapatos. Ni hablar
de su ropa… las medias arrugadas y sucias, la peluca completamente descuidada.
Pero eso no le interesaba. Lo suyo era leer. Algo, por cierto, que ya ni los
críticos hacen hoy en día, pues es más cómodo aplaudir los dictados de Suecia,
los mismos que han escamoteado el premio a Parra y a Borges, y se lo dieron sin
problemas a Hayek, Friedman, Schultz y Becker, pilares del neoliberalismo. El
problema obviamente no es de Dylan, bien por él. Tampoco es de la literatura, que,
a contrapelo, seguirá sobreviviendo como una anacronía que interrumpe la
comodidad de un presente alisado/alineado por el mercado. El problema, insisto,
es de lectura. Y de escucha. La literatura no es populista, ni menosprecia a sus
lectores.
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