lunes, 4 de septiembre de 2017

Derrida y la defensa de la solidaridad de los vivos*

Evando Nascimento**

En 1967, es decir, hace exactamente 50 años, el pensador franco-argelino Jacques Derrida (1930-2004) publicó de manera simultánea tres libros que marcarían la llamada cultura occidental, y que tendrían una repercusión en todo el mundo: La escritura y la diferenciaDe la gramatologíaLa voz y el fenómeno. Hasta entonces, Derrida era conocido en el medio intelectual francés como un brillante especialista en la obra de Edmund Husserl. Algunos de sus ensayos ya habían aparecido en revistas de filosofía y de literatura. En 1962, publicó una elogiada traducción de El origen de la geometría, de Husserl, con una introducción más extensa que el propio texto del fenomenólogo alemán.
La obra de Derrida comenzó, por tanto, de la mano de la actividad traductora, y llegó a ser uno de los grandes pensadores de la traducción, como Walter Benjamin, Paul Ricoeur, Antoine Berman, entre otros. En 1966 participó –junto a Tzvetan Todorov, Jacques Lacan y  Roland Barthes, por mencionar algunas figuras– de un célebre coloquio en la Universidad de Johns Hopkins, cuya finalidad no era otra que explicar al público estadounidense en qué consistía el movimiento estructuralista. Solo que la conferencia de Derrida sobre Claude Lévi-Strauss, publicada luego en La escritura y la diferencia, hizo época justamente por proponer una deconstrucción radical del estructuralismo, entonces en su apogeo.
A medida que sus libros eran leídos, la deconstrucción se fue imponiendo como signo general de la obra en curso, aunque Derrida aún la empleaba con cierta restricción. En una carta a su traductor japonés, Toshihiko Izutsu, en la que intenta explicar las varias significaciones, subraya que no es una “buena palabra”, ni es sobre todo bella. Además, en otros momentos, enfatizará el plural, a fin de evitar el esencialismo del sustantivo en lo singular. Según él, las deconstrucciones son un proceso que existen desde siempre y que se refieren a cambios radicales en el plano de las civilizaciones.
En la primera entrevista que me concedió para la Folha de São Paulo, en 2001, titulada “La solidaridad de los vivos”, señala que se trata de un proceso inmemorial, sin edad (sans âge), y que acontece en el mundo. En ese sentido, su obra correspondería a una formalización de los movimientos deconstructores que lo precedieron y que lo continuarán después de su muerte. Ejemplo de deconstrucción sería la reconfiguración del concepto de Estado-nación, el cual en realidad tiene una historia muy reciente, de poco más de dos siglos. Otro ejemplo sería la deconstrucción del humanismo tradicional, en pro de la ampliación de los derechos humanos, en la perspectiva del derecho a la vida en general, que se refiere también a animales y plantas.
La banalización actual del verbo deconstruir, que aparece con frecuencia en el vocabulario deportivo y político de los medios, no perjudica su relevancia. Es importante recordar que términos psicoanalíticos como inconsciente y represión migraron al lenguaje cotidiano, sin perder el rigor científico. Lo mismo sucedió con esencia e ideal, de origen filosófico. El éxito de la palabra sólo atestigua el efecto que el pensamiento de Derrida tuvo en las más diversas áreas del conocimiento, ayudando a sacudir sus fronteras tradicionales, motivo por el cual es leído en departamentos de filosofía, literatura, artes, derecho, arquitectura y educación.
No habría, por lo tanto, una “edad o era de la deconstrucción”. Pero, sin duda, los años 60 representaron el momento de máxima irrupción y de sistematización de un pensamiento deconstructor, que no se restringe, por cierto, a los textos de Derrida, sino que abarca los de Foucault, Lyotard, Barthes y Deleuze, entre otros. Y a ello habría que añadir también las luchas por los derechos civiles, en defensa de grupos subalternizados por el falocentrismo tradicional: en particular, reivindicaciones étnicas (negros, indios, inmigrantes de diversos orígenes) y de género (feminismo, homosexualidad y, más recientemente, transexualidad).
Mi relación con el pensamiento de Derrida comienza en los años 80, cuando leí algunos de sus textos en la maestría de literatura de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. Y se intensificará vertiginosamente en 1991, año en que me inscribo en los seminarios de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales y sigo sus clases. En aquel año, Derrida comenzaba la gran rúbrica de las “cuestiones de responsabilidad”, que corresponderán a la parte final de su trabajo filosófico y docente. El primer asunto abordado fue el secreto, y en los años siguientes vendrían el testimonio, la hospitalidad, el perjurio y el perdón, la pena de muerte y los animales.
El abordaje de estas cuestiones éticas y políticas hizo que algunos lectores, sobre todo en Estados Unidos, hablaran de un political turn o ethical turn en la obra de Derrida. Sin embargo, no hubo ningún “giro”, pues esa temática ya concurría, con otra modulación, en textos anteriores, como La farmacia de Platón y De la gramatología. Lo que ocurre es que le da un énfasis mayor a determinados aspectos ético-políticos, en el contexto de la caída del muro de Berlín y del advenimiento de lo que en la época se llamó “nuevo orden mundial”, el cual abrió el camino hacia el llamado proceso de globalización y el consecuente neoliberalismo económico. Espectros de Marx, publicado en 1993, fue una respuesta contra los movimientos neoconservadores de aquellos años. Si el Marx de los regímenes comunistas estaba con el plazo de validez vencido, había otros Marx que era preciso reafirmar, como posibilidad de una política de izquierda democrática.
Brasil estuvo entre los primeros países en traducir a Derrida. Por sugerencia de Haroldo de Campos, salió en 1971 la traducción de La escritura y la diferencia, realizada por Maria Beatriz Nizza da Silva, desgraciadamente con algunos problemas, apenas corregidos en las últimas ediciones. En 1973, aparece la traducción de De la gramatología, realizada por Renato Janine Ribeiro y Miriam Schneiderman. La traducción estadounidense de este último libro, por Gayatri Spivak, sólo será publicada tres años después de la brasileña. Por otra parte, en 1976, Silviano Santiago publicó su pionero Glosario de Derrida, que coordinó con alumnos de postgrado de la PUC-Río y que ha sido recientemente traducido al español por raúl rodríguez freire.
Las obras ensayistas y literarias de Haroldo y de Silviano estarán marcadas por el pensamiento de Derrida. En 1983, Haroldo publica El secuestro del barroco, libro en el que propone una lectura deconstructora del concepto de “formación”, central en la obra magna de Antonio Candido, Formación de la literatura brasileña. Silviano, por su parte, es el autor del célebre ensayo “El entre-lugar del discurso latinoamericano”, de 1971, texto en el que propone repensar el concepto tradicional de escritor latino-americano. Y el año pasado, Silviano recurre una vez más a Derrida en Genealogía de la ferocidad para releer a contrapelo el ensayo de Antonio Candido “El sertón es el mundo” (retitulado después como “El hombre de los reveses”), dedicado a Gran sertón: veredas, de Guimarães Rosa.
El legado de Derrida es inmenso y promete desdoblarse en los siglos venideros. Desde el principio, estableció un diálogo con la literatura. De ahí que haya inventado y desarrollado en mi tesis de doctorado la categoría “una literatura pensante”, con el fin de abordar las relaciones entre literatura y filosofía. De manera sintética, la literatura propondría un tipo de pensamiento, distinto del filosófico. Aunque no hay literatura “en sí”, sino textos que tienen características no exhaustivas del llamado discurso literario, se encuentran, en algunas ficciones y poemas, temas poco o mal tratados por la tradición filosófica. El mejor ejemplo de ello es la cuestión de la animalidad, que sólo en el siglo XXI alcanzó plena relevancia filosófica, y no por casualidad fue el tema de los últimos seminarios de Derrida. Una escritura como la de Clarice Lispector es pensante justamente por ficcionalizar con gran sensibilidad ética hacia los animales. No hay, en la ficción clariciana, una oposición simple entre el hombre, por un lado, y los animales, por otro. Se trata de pensar también la animalidad de los humanos y la “racionalidad” animal, con toda su lógica vital. Perros, monos, pollos y conejos, entre otros bichos, pueblan ese imaginario abierto a la alteridad.
Bajo esta perspectiva, la obra de Derrida también deconstruye la crítica propuesta por la tradición, y en particular la desplegada por Immanuel Kant. En diversos textos, no descalifica la crítica filosófica o literaria, sino que afirma la necesidad de redimensionarla más allá de la reflexión racionalista. Y uno de los aspectos que importa dislocar definitivamente es la cuestión de la duda (tal como fue desarrollada metodológicamente por Descartes) y del juicio o juicio kantiano. Derrida propone entonces lo que se llamaría irónicamente una crítica “sin juicio” (se percibe la ambigüedad intencional de la expresión), es decir, una crítica no basada en una pura racionalidad, ni pauteada por el imperativo del juicio. Por lo tanto, es necesario reconsiderar la noción de valor y de evaluación, a través de Nietzsche, por ejemplo, yendo más allá de la crítica judicativa. Esta última informaba lo peor de la tradición crítica dominante hasta la mitad del siglo XX, antes de la formalización de las deconstrucciones.
En un momento en que en Internet proliferan juicios críticos sumarios, nada más relevante que proponer una “crítica desconstruida”: ya no más moldeada por el yo consciente, que juzga a todo y a todos a partir del lugar de una soberanía absoluta, sino a partir de la apertura permanente a los otros y a las otras. Cuando muchas vidas se vuelven cada vez más precarias, con los nuevos movimientos mundiales de derecha y ultraderecha, proponer una solidaridad de los vivos se vuelve indispensable para cohabitar en un planeta extremadamente violento.
Una última observación: quien aquí escribe, después de todos estos años de dedicación, no se considera un “especialista” de Derrida, sino un lector especial y bastante atento a las estrategias (derrideanas o no) de deconstrucción, en la filosofía, en la literatura, en las artes, y más allá.

Traducido por raúl rodríguez freire


* Texto recientemente publicado en el Suplemento Pernambuco (Brasil), con motivo de los 50 años de las tres primeras publicaciones de Jacques Derrida.
** Evando Nascimento es escritor y profesor universitario; entre sus publicaciones, se encuentran Derrida e a literatura (que será traducido en breve por raúl rodríguez freire) y Clarice Lispector: uma literatura pensante (2012).