viernes, 14 de octubre de 2016

Despachos desde mi torre de marfil: a propósito del reciente nobel de literatura


Despachos desde mi torre de marfil: a propósito del reciente nobel de literatura

Hace unos pocos años Silviano Santiago señalaba que la visibilización de las obras silenciadas por la crítica recurrió a dos válvulas de escape, a contrapelo del llamado canon occidental y sus defensores. La primera consistió en abrir el espacio del arte a lo excluido (mujeres, negros, gays); la segunda permitió la entrada de la cultura popular, “rechazada por el primado de la tradición letrada”. Y continúa: “Al interior de la crítica de artes, las dos válvulas repiten el proceso de la división del todo, rechazando cierta parte que la constituye como tal. Bajo el primado de las válvulas, la valorización de la parte rechazada opera mediante una inversión. Lo no canónico expulsa a lo canónico y la cultura [antes] descuidada, al arte tradicional. En los peores casos, las dos válvulas de escape son sectarias. No trabajan la diferencia. Eliminan el conflicto mediante una teología al revés”. No puedo escribir sin música y sin imágenes, pero una metafísica de la (su) presencia lleva a pensar que la intermedialidad solo puede acontecer cuando se reúnen literalmente sonido, imagen y escritura, una intermedialidad que vendría a rechazar la literatura por canónica y elitista, olvidando que la literatura no la hacen los autores ni sus críticos, sino los lectores. Si leo el Ulises de Joyce y no encuentro en él imágenes o música, el problema no es de Joyce (hijo de un alcohólico arruinado), pues ese libro es uno de los más intermediales que puedan encontrarse en el siglo XX. Pero si lo leemos bajo la etiqueta de “modernismo” no encontraremos más que un lenguaje supuestamente “autónomo”. No me gusta recurrir a las biografías, pero vale la pena recordar las condiciones en que escribieron Cervantes, Shakespeare, Austen, Joyce, Kafka, Lispector, Bolaño, por dar tan solo unos pocos nombres. Vidas al borde, alejadas, radicalmente alejadas, de la comodidad que entrega esa ficción llamada “torre de marfil”. “Gran parte” de la crítica que les impugna su canonicidad vive mucho mejor de lo que ellos vivieron. Y resalto “gran parte” porque el principal crítico que ha tenido Inglaterra, Samuel Johnson, no tenía dinero ni para comprar zapatos. Ni hablar de su ropa… las medias arrugadas y sucias, la peluca completamente descuidada. Pero eso no le interesaba. Lo suyo era leer. Algo, por cierto, que ya ni los críticos hacen hoy en día, pues es más cómodo aplaudir los dictados de Suecia, los mismos que han escamoteado el premio a Parra y a Borges, y se lo dieron sin problemas a Hayek, Friedman, Schultz y Becker, pilares del neoliberalismo. El problema obviamente no es de Dylan, bien por él. Tampoco es de la literatura, que, a contrapelo, seguirá sobreviviendo como una anacronía que interrumpe la comodidad de un presente alisado/alineado por el mercado. El problema, insisto, es de lectura. Y de escucha. La literatura no es populista, ni menosprecia a sus lectores.