Lavín
pitoniso
(sobre
la empresarización de sí)
Hacia fines de los años setenta, en su rimbombante crítica a una ya agónica
burocracia, Michel Croizer promocionaba la forma que debería reemplazarla: “La
empresa es antes que nada la realización de un emprendedor: de alguien que
emprende, que innova, que hace lo que no se espera de él, que aporta pues
alguna cosa a la sociedad. Sin empresario innovador una sociedad se esclerotiza
y declina. Además, una empresa es una institución en el sentido sociológico, la
mejor institución que los hombres han creado hasta hoy para cooperar, para
realizar lo que no habrían podido hacer de permanecer aislados [...] Despertar
a la sociedad, devolverle su tono, supone ante todo liberar el espíritu de
empresa” (No se cambia la sociedad por
decreto 192). De modo que la empresa, aquella institución que supuestamente
no gustaba a los franceses, dado que, según el autor de La sociedad
bloqueada (1971), preferían
el espíritu rentista, representa un renovado modelo de civilización, ad hoc
a los tiempos postindustriales: el emprendimiento desbloquea una sociedad
gastada y permite salir de la crisis de la democracia –esa que cartografío
junto a Samuel Huntington–, problemáticas que, para Crozier, también anidaban
en los revolucionarios deseos sesentayochistas; de ahí que acontecimiento
llamado mayo del 68 no habría consistido en “una situación revolucionaria, en
el sentido marxista, sino más bien en una profunda crisis que fue revelada de
forma revolucionaria, y el mensaje que este arrojó quería decir algo” (The stalled society 128). Adelantándose
a Friedman, Crozier apuntaba a que prácticamente “en todo occidente la libertad
de elegir de los individuos se ha incrementado tremendamente” (“Western Europe”
25), no así las condiciones para su realización. Por ello la revuelta juvenil
representaba “un punto decisivo principal” (26). No hay que ser un gran lector
para comprender que el mensaje que portaba la revolución no era el mismo
mensaje que leyó Crozier, que es, de alguna manera, el que ha terminado
primando, como veremos luego. Relevante para nosotros es que este sociólogo
intentaba llevar la sociedad postindustrial –pues concuerda aquí con Daniel
Bell– hacia su empresarización, quería reemplazar al Estado por las empresas y
alcanzar así esa libertad que la jaula de hierro negaba.
Realizando un balance a inicios de los noventa, Crozier señalaba que
lamentablemente la sociedad todavía se encontraba bloqueada, pero en Chile, una
revolución silenciosa cuajada desde los años sesenta, cumplía su sueño, y nos
hablaba de una emergente, aunque desapercibida “sociedad de las opciones”. El
personero del Consejo Económico y Social de Chile para 1988, señaló que, de mantenerse
la estabilidad política (i.e. la dictadura), Chile sería un país completamente
libre y desarrollado para el año 2000, similar a la California que cobijaba a
Silicon Valley: “la riqueza potencial que posee y la calidad de sus
profesionales harán de este país, una nación líder en la exportación de uva, la
incorporación de tecnología a la agricultura y la fabricación de programas
computacionales”. Pero no solo toda esta maravilla sería realizable, dado que
también tendríamos veloces sistemas de transporte que conectarían a Chile, y la
descentralización habría sido casi completa, dado que la importancia de
Santiago habría disminuido de manera considerable. Definitivamente estábamos,
en la cabeza de Lavín, más cerca de Australia de que nuestros vecinos Perú y
Bolivia.
Sería iluso creer que el promotor de la revolución silenciosa vivía en el
mundo de Bilz y Pap. Lo suyo era una retórica neoliberal exhibitista
dirigida a la mantención de Pinochet en el gobierno, y es desde esta óptica que
con acierto se lo ha criticado. Sin embargo, podemos rastrear en su panfleto el
advenimiento efectivo de la sociedad futura, una verdadera revolución que está
haciendo estallar nuestros cuerpos, esa que los neoliberales llamaban sociedad
del capitalismo popular, aquella donde “la difusión de la propiedad privada de
los medios de producción del país” (Valenzuela “Reprivatizacion” 175),
comenzaba no a desbloquear, como pregonaba Crozier, sino a desmantelar lo que
incluso en Chile podríamos llamar sociedad fordista, con el sistema de
seguridad estatal que le acompañaba, iniciándose el rápido tránsito hacia el
autogobierno que nos impone el neoliberalismo mediante el dispotivo del
emprendimiento. El capitalismo popular fue el complemento de la privatización
de la sociedad y la empresarización de sí que, gracias a la ley General de
Universidad de 1981, permitió la emergencia de una antropología neoliberal: el
capital humano.
El capital humano es literalmente la transformación del ser humano en una
máquina o como señaló el decano de la facultad de Economía de la Universidad de
Chicago, Theodore Schultz (en una conferencia que dio en Chile en 1962), la
transformación de cada ser humano en un capitalista o, en la jerga
contemporánea, un emprendedor, cuestión, por cierto, que se logró al
transformar el saber en un bien de consumo y a los estudiantes en trabajadores,
mientras los profesores son emprendedores que poner en circulación su capital
en el mercado académico. Gracias a la teoría del rational choise, se
pensó el trabajo no como un proceso, sino como una actividad que, cuando entra
en acción, obtiene utilidades; se reintrodujo el trabajo (intelectual y
material) en el análisis económico, y lo desdoblaron en una renta y en un
capital; de manera que un sueldo ya no es un salario sino la renta de un
capital, y un capital es lo que permitirá recibir ingresos a futuro, un capital
que se pone en juego a la hora de entrar al mercado laboral, y que no solo
tiene que ver con el saber, sino también con la idoneidad que se tiene para
invertir el propio capital, con las competencias y habilidades, o con los
talentos, pues el capital humano bien puede ser la voz de Maria Callas, la
destreza danzarina de Michel Jackson, la psicología de Pilar Sordo, el
conocimiento de la obra de Platón, las manos de una tejedora o el manejo de la
teoría cuántica. El capitalismo popular, por su parte, es la difusión de la
empresa privada entre distintos sectores de la población, cuando los
trabajadores de una empresa compran acciones de la misma y se transforman así
también en sus propietarios (pero también es un capitalismo popular el de las
PYMES y el emprendimiento individual, ya se trate de las mermeladas que se
preparan en casa para ofrecerlas a un supermercado o la fundación de un sello o
una editorial alternativa, pues son parte de que hoy se llama industria
creativa). Esto comenzó gracias a la privatización de la empresas públicas (las
AFP, pero también con algunos bancos), las que si teóricamente pertenecían a
todos los chilenos, no lo eran fácticamente. Ahora, gracias a José Piñera, lo
son de todos los interesados al transformarse en accionistas de sus propios
fondos. En el exitoso balance del capitalismo popular que el economista Mario
Valenzuela (1989) hacía a fines de los ochenta, se señalaba sin tapujos que la
meta era “incorporar a todos los individuos en la generación de riqueza de las
empresas y así lograr una mayor identificación con ésta y compromiso con el
resultado operacional mismo” (198-99). En otras palabras, la meta era quitar el
antagonismo histórico que fundaba la relación entre trabajadores y
capitalistas, y así asegurar el desbloqueo al desarrollo del capital. Para
ello, sobre todo los más jóvenes, el centro de esta economía política,
recibieron importantes créditos CORFOS, lo que logró que a tres años de
implementada la medida, casi tres millones de “nuevos trabajadores” devinieran
también empresarios. En una nota al pie, Valenzuela señala: “De acuerdo a
cifras de la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras, a
diciembre de 1987, del total de los accionistas populares de los bancos de
Chile y de Santiago, casi un 40% tiene menos de 35 años y un 64% menos de 45.
Ello significaría que la juventud tiene gran interés en cimentar la
capitalización de las empresas del país” (185). De ahí la alegría de Lavín
cuando afirmaba que:
En los últimos dos años, el desarrollo de la
mentalidad empresarial entre los jóvenes ha sido sorprendente, dando lugar a
congresos de nuevos empresarios, concursos de proyectos de nuevas Empresas
[Lavín escribe aquí con mayúscula, tal como se escribe Estado], desarrollo de
fondos de capital de riesgo, y de diversas otras iniciativas. A consecuencia de
esta valoración creciente del rol del empresario, muchos de ellos son hoy
invitados frecuentes a programas de televisión, o mantienen columnas en los
diarios, mientras algunos se han atrevido, incluso, a comenzar a aparecer en su
propia publicidad. Es el caso de Fabrizio Levera, quien al estilo de Iacocca,
publicita sus productos personalmente, aparado en la música de Gigi, el
amoroso (Lavín 1987: 20-21).
De manera que la revolución que se fraguaba durante la dictadura se
escondía tras las cifras de televisores comprados y malls construidos,
pues consistía en la transformación del trabajador en empresario de sí, en emprendedor.
Ello implica que la idea de trabajo debe ser nuevamente revisada, dado que su tradicional
lugar ha sido obliterado por esta novedosa figura, considerando, eso sí, que no
ha desaparecido del todo, todavía resiste. Creemos además que es una tarea
política urgente esta la de repensar tal categoría con el fin de volver a
instalar el antagonismo que la empresarización de sí oculta, pues tal
antagonismo no ha desaparecido… ¿qué pueden las pequeñas acciones de un
trabajador frente al capitalista que posee el 51% de una empresa? Transformar
el trabajo mediante la creación de pequeños capitalistas es la forma de la
actual explotación flexible, el desbloqueo a la libre circulación del capital y
la producción de la libertad necesario para ello. Es, en síntesis, una forma de
gobierno, una gubernamentalidad neoliberal, como le llama Foucault.
Una de las reseñas del libro de Lavín, ejemplarmente titulada “Revolución
silenciosa que favorece al pueblo”, tiene una ilustración que plasma
nítidamente nuestro escenario: se trata de una imagen que imita a la estatua de
la libertad de Nueva York, pero en su mano derecha no porta una antorcha, sino
un libro, cuyo título es bastante claro: La declaración de principios del
gobierno de Chile. Nuestro escenario, entonces y como diría Parra, es el de
una enorme libertad inmóvil, una libertad esculpida a partir de las leyes
gubernamentales que la dictadura, con Jaime Guzmán a la cabeza, fue
perfeccionando. Se trata de una libertad producida y gobernada por sus leyes y
administrada luego por las “reformas” concertacionistas, un modelo gestionario
de autonomía empresarial que el Piñera presidente está profundizando al
transformar literalmente el paradigma del Estado, que ya no limita sino que
fomenta la libertad empresarial con una ley que agiliza su producción. Para
ello, la auto precarizaciónpasó a devenir la norma, pues el ser empresarios de
sí le resultó al capitalismo más productivo que el confinamiento. De manera que
la revolución silenciosa se ha convertido en una vociferante práctica de
gobierno neoliberal que condena al pueblo a vivir una forma liberal de libertad.
Una política crítica, por tanto, tiene que romper con el liberalismo, tiene que
ser realista y pedir, una vez más, lo imposible, pues es lo único que podría
llevarnos hacia un mundo donde la libertad no sea una estatua. Una tarea para
nada superficial ni pronto a realizar, si pensamos que no hay afuera del
capital, que vivimos en él, pero su misma extensión lo debilita, lo hace
tambalear y abre, así, espacios para un devenir no empresarial, para la
producción de una ética a través de la cual podamos darnos en el por-venir una
libertad efectiva.
Referencias
Michel Crozier. The
Stalled Society. New York: Viking Press, 1973.
_____. “Western Europe”. Michel Crozier, Samuel P.
Huntington y Joji Watanuki. The Crisis of Democracy. New York: New
York University Press, 1975.
_____. No se
cambia la sociedad por decreto. Madrid: INAP, 1984 [1979].
Foucault, Michel. El nacimiento de la
biopolítica. Buenos Aires: FCE, 2007.
Lavín, Joaquín. Chile, revolución silenciosa.
Santiago: Zig-Zag, 1987.
Sin nombre. “Revolución silenciosa que favorece al
pueblo”. Negro en el Blanco, Santiago, 1988.
Valenzuela Silva, Mario. “Reprivatizacion y
capitalismo popular en Chile”. Estudios Públicos 33 (1989): 175-217.